viernes, 26 de julio de 2013

¿Recordando la muerte del Señor?



Todos hemos visto los crucifijos católicos que recuerdan la muerte del Señor y las imágenes que algunos conductores acostumbran pegar en los buses con el rostro de Cristo atormentado con la corona de espinas, pues hoy viendo el viacrucis que se celebró en Brasil en presencia del papa, pensé lo siguiente:

Cristo murió, pero la muerte no lo pudo retener sino que resucito y el día de hoy esta en el trono de la gracia, preparándonos morada y como mandamiento nos dejó anhelar su segunda venida que será en cualquier momento (no muy lejano entre otras cosas). ¿Por qué recordarlo en el peor momento de su vida?

Me pregunto ¿a que padre que su hijo haya muerto le gustaría revivir constantemente el recuerdo de la muerte de su hijo? ¿le gustaría a este padre que la gente tuviera este recuerdo de su hijo, o preferiría que lo recordaran lo mejor de el?  

No quiero decir que no haya que recordar la muerte del Señor, claro que sí. Pero creo que a Satanaz le gusta mas que nosotros veamos a Cristo como lo ve él y como lo representan esas imágenes, un Cristo adolorido y atormentado, un Cristo derrotado y muriendo y no le gusta que recordemos al Jesús victorioso y resucitado que el día de HOY esta sentado en el trono. Es curioso que muchos grupos satánicos también hacen referencia constante a símbolos como la crucifixión del Señor. 

Claro esta que la iglesia católica muestran también imágenes de Cristo resucitado, pero estoy seguro que son muchas menos las imágenes del Cristo resucitado que la cantidad de crucifijos, y representaciones constantes de la muerte y el sufrimiento del Señor.

No se puede recordar la muerte del Señor sin recordar su resurrección y viceversa, pues como dice Pablo.

Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. 
1 Corintios 15: 14

Por otro lado el Señor dejó muy claro como debíamos recordar su muerte y no mencionó nada de hacer imágenes u obras de teatro. 

"Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí."
1 corintios 11: 23 - 24

El Señor Jesús instituyó la cena para que lo recordáramos a él y su sacrificio que nos hizo a todos un solo cuerpo. Esta es la única y verdadera forma de recordar la muerte del Señor. Para Él, es mas valioso discernir la unidad que tenemos todos los hijos de Dios por la Fe gracias a su sacrificio, que llorar recordando su muerte, o hacer figuritas bonitas, o procesiones. 

Si usted cree que la "santa eucaristía" que practica la iglesia católica representa lo plasmado en el pasaje anterior de corintios, quisiera decirle que por razones que podríamos contemplar en otra ocasión o que quedan sujetas a la investigación que haga el lector, la iglesia católica dedica la eucaristía como culto al sol y no a Jesucristo. 

Sumo este como un argumento mas contra la iglesia católica y su notable influencia del satanismo que le gusta recordar un Cristo muerto y derrotado.

Nosotros como hijos de Dios hagamos como dice en Hebreos 4: 16 sin menospreciar tampoco su valioso sacrificio en la cruz.

Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

No dice que vayamos a crucifijos o miremos a Cristo en la Cruz, pues sencillamente el no esta ahí. El esta en el trono de la gracia donde nos podemos acercar confiadamente. 


Bendiciones hermanos. 

martes, 16 de julio de 2013

Cristianismo, mesianismo y judaísmo

El auge actual de las iglesias 
judeomesiánicas
Por: Arturo Rojas Director de la Unidad Educativa Ibli Facter de la iglesia Casa Sobre la Roca, en Bogotá.
judeo
El vínculo existente entre el cristianismo y el judaísmo es tan evidente que no puede ser negado por nadie que tenga tres dedos de frente. En efecto, judíos y cristianos compartimos gran parte de nuestras escrituras sagradas —de hecho, todo el Antiguo Testamento—. Asimismo, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, fue judío tanto racial como culturalmente y no renegó nunca de esta condición, aunque sí fue un incisivo crítico del judaísmo de su época y procuró reformarlo y retornarlo a su esencia, motivos y propósitos originales, perfeccionando y cumpliendo en su persona y en sus actos todo lo que el Antiguo Testamento anunciaba.
Así, pues, el distanciamiento e incluso las hostilidades históricas entre el judaísmo y el cristianismo tienen que ver, más que con sus diferencias, con el sentimiento antisemita o antijudío que se fue incubando a lo largo de la historia en la iglesia bajo el pretexto –sin fundamento real– de que los judíos eran los “asesinos de Dios”, como si los no judíos no hubiéramos estado bien representados también en el juicio de Cristo en la persona de Poncio Pilatos.
Ahora bien, es necesario reconocer que en los últimos tiempos este sentimiento de rechazo hacia los judíos por parte de los cristianos reflejado en las Cruzadas, la Inquisición, pero sobre todo en el Holocausto nazi, ha cedido muchísimo y los cristianos en general, así como los evangélicos con especialidad, han reconocido y confesado sus culpas al respecto, redescubriendo sus innegables raíces judías, al punto que el sionismo y el estado de Israel ha contado entre sus principales y más poderosos aliados con dos naciones en las que predomina la fe cristiana protestante, como son los Estados Unidos y el Reino Unido.
Iglesias judeomesiánicas
Y es tal vez esta circunstancia la que ha incidido de manera decisiva en la actitud favorable mostrada por muchas iglesias evangélicas conservadoras ante el creciente auge de las iglesias judeomesiánicas, es decir, iglesias de judíos que han reconocido finalmente que Jesucristo es, en efecto, el Mesías largamente esperado por Israel.
En conexión con ello los creyentes evangélicos que se ven a sí mismos como “amigos de Israel”, en una postura, hay que decirlo, mucho más bíblica que el antisemitismo histórico del que ha hecho gala la iglesia; llegan a desarrollar una admiración por sus prácticas y rituales religiosos ceñidos a la ley mosaica del Antiguo Testamento que los impulsa a unirse a las iglesias judeomesiánicas al no tener que renunciar, como sucede en el judaísmo ortodoxo, a su creencia en Jesucristo como Señor y Salvador de sus vidas.
Valga decir que todo no judío convertido a Cristo debe acoger como su hermano en la fe a todo judío que reconoce a Jesucristo como el Mesías. Las iglesias evangélicas deben, entonces, cultivar la comunión y fraternidad con los miembros de iglesias judeomesiánicas. Pero aquí también los excesos están a la orden del día y no dejan de ser potencialmente peligrosos. Porque, en primer lugar, las actitudes favorables al judaísmo por parte de las iglesias cristianas evangélicas pueden hacer que sus miembros pierdan su capacidad crítica hacia el accionar político del pueblo judío, olvidando que el compromiso de Dios, antes que con su pueblo, es con la justicia dondequiera y comoquiera que ésta se manifieste. Y por otra parte, el traslado de los cristianos evangélicos de sus iglesias tradicionales hacia las iglesias judeomesiánicas no deja de ser problemático por las siguientes razones puntuales:
La primera es que las iglesias judeomesiánicas, como su nombre lo indica, están concebidas para presentar el evangelio a los judíos y no a los no judíos quienes, por no proceder del contexto cultural judío, no entienden muchas de sus prácticas que, dicho sea de paso, no son en realidad pertinentes para un cristiano no judío, como lo advierte de muchas maneras el apóstol de los no judíos precisamente, Pablo de Tarso, en muchas de sus epístolas, Romanos y Gálatas con especialidad. Francamente, un cristiano no judío se ve fuera de lugar practicando los rituales de los judíos en una iglesia judeomesiánica, lo cual explica por qué muchos de los rabinos que pastorean estas iglesias se ponen en muchos trabajos —frecuentemente con argumentos muy traídos de los cabellos— para tratar de convencer a los cristianos no judíos que los visitan de sus presuntos nexos y ancestros judíos de los cuales hasta ese momento no serían conscientes.
La segunda razón es consecuencia de la primera y consiste en el peligro de que los evangélicos que adhieren a iglesias judeomesiánicas se contagien por igual del orgullo de raza que ha caracterizado en gran medida al pueblo judío en buena parte de su historia. El apóstol Pablo también denunció y censuró de muchas maneras este orgullo en sus inspirados escritos. Así, muchos evangélicos que se trasladan a iglesias judeomesiánicas comienzan a mirar desdeñosamente y por encima del hombro a sus antiguas congregaciones llegando a descalificarlas en el peor de los casos. Y cuando no es así los miran entonces de manera condescendiente y paternalista, como mira un adulto a un pequeñín que aún no ha alcanzado la madurez que él ostenta.
Se terminan constituyendo de este modo dos categorías de cristianos: los de primera categoría que serían los judeomesiánicos y los de segunda categoría que serían los cristianos pertenecientes al resto de denominaciones históricas del cristianismo, algo contra lo que Pablo luchó arduamente durante todo su ministerio apostólico.
El orgullo de raza se manifiesta particularmente en el hecho de llegar a conocer el idioma hebreo bíblico y poder así leer el Antiguo Testamento en su lengua original, procediendo luego a hacer ostentación de interpretaciones originales y muy particulares —casi a contracorriente— de pasajes bíblicos que sólo estarían al alcance de quienes entienden hebreo, fomentando el hermetismo y esoterismo que caracteriza a los círculos cerrados de especialistas, que más que esclarecer, lo que llegan es a enredar más las cosas al detenerse en minucias áridas y sin provecho muy difíciles de seguir para quienes están por fuera de su estrecho círculo, en una actitud que podría describirse con el maquiavélico y conocido consejo que reza: “si no puedes convencerlos, entonces confúndelos”.
En realidad, lo que mueve a un buen número de estos personajes no es propiamente el celo por el honor de Dios, sino la aspiración jactanciosa de ser original que define a los “nuevos iluminados”. A tal punto llegan estas actitudes que muchos de ellos terminan —como lo dijo con mordacidad el Señor Jesucristo a los judíos de su época— colando el mosquito y tragando el camello. Existen hoy por hoy incluso rabinos judeomesiánicos que han llegado a afirmar, contra toda evidencia científica, que el Nuevo Testamento se escribió en hebreo originalmente y no en griego, como lo sostienen prácticamente todos los eruditos en la Biblia a lo largo y ancho del mundo con base en la evidencia disponible.
Judaísmo ortodoxo
Por último, el peligro mayor consiste en que hay evangélicos que no contentos con trasladarse a iglesias judeomesiánicas y asumir todas las actitudes ya señaladas, terminan tan sólo haciendo provisional escala en estas iglesias antes de retroceder del todo al judaísmo ortodoxo de las sinagogas, seducidos por completo por el elaborado y complejo ritual judío, perdiendo de vista el profundo pero sencillo meollo del evangelio que no es otro que Cristo mismo y renegando de su antigua condición cristiana, pues es sabido que por más puntos de contacto que el cristianismo pueda tener con el judaísmo ortodoxo y por más relaciones amistosas y cordiales que puedan llegar a sostener entre sí, no podemos olvidar que la comunión entre ambas confesiones religiosas es imposible en la medida en que los judíos no reconocen a Jesucristo su condición mesiánica y divina, tachándolo de impostor.
Por lo tanto, un cristiano evangélico que abandona su denominación para congregarse en una iglesia judeomesiánica puede seguir siendo cristiano y ser considerado nuestro hermano en la fe. Pero el que abandona también esta iglesia en favor de la sinagoga, por más cortés y respetuosamente silencioso que pueda haber sido este cambio, ya no es un cristiano auténtico ni un hermano en la fe, sino un apóstata que ha abandonado la fe cristiana y que ha puesto en riesgo absoluto su destino eterno. El trato cordial no puede nunca llevarnos a pasar por alto esta verdad de a puño, si es que de honrar las enseñanzas bíblicas y de ser fieles al Señor se trata, pues Jesucristo fue categórico cuando dijo “… nadie viene al Padre sino por mí”. Nuestra condición de “amigos de Israel” no puede nunca desestimar esta verdad de modo que nuestro aprecio por el pueblo judío no debe amordazarnos para dejar de llamar a las cosas por su nombre.

Tomado de: 

martes, 9 de julio de 2013

¿Tiene Dios una madre?

Por: Rev. Darío Silva-Silva. Fundador y presidente de CASA SOBRE LA ROCA, Iglesia Cristiana Integral. 

Hay dos dogmas marianos inaceptables: uno, el de la inmaculada concepción; el otro, el de la asunción según el cual, María ascendió al cielo en cuerpo y alma. 

¿Quién es Jesús para la virgen María? ¡Qué buena pregunta! Nuestros hermanos-medios, los católicos, dicen que María es la madre de Dios y, con esa lógica, tiene todo el derecho de darle órdenes a su ‘nene’ sin que Él pueda negarse a obedecerlas; o, al menos, ella puede hacerle sugerencias para la toma de decisiones, darle consejos, orientarlo  recomendarle personas o situaciones; pues, al fin y al cabo, es su mamá. 

Los protestantes históricos que aceptaron la definición “madre de Dios” para la Virgen, lo hicieron pensando en la divinidad de su Hijo pero, nunca, en la de María misma; obviamente, ella no deja de ser esencial y exclusivamente una mujer, por el hecho de que su Hijo sea Dios. 
La idea de una diosa-madre es netamente pagana y está condenada en la Biblia, pero fue introducida tardía y subrepticiamente a la iglesia latina por nuevos creyentes que, a partir del siglo II, transculturizaron sus antiguas creencias mitológicas con el cristianismo, al modo como los israelitas, en algunos casos, hicieron un mestizaje espiritual de la religión mosaica con las creencias cananeas.

Sigmund Freud, en su obra ‘Moisés y la religión monoteísta’, hace este enunciado dogmático, muy propio de su interpretación edípica de todas las cosas: “La religión judía era una religión del Padre, la cristiana es una religión del Hijo”. (¿Alguien podría complementarlo diciendo que el pentecostalismo es una religión del Espíritu?) Es una broma, claro... El ‘edipismo’ del fundador del psicoanálisis habría quedado completo si él hubiera añadido que la religión católica es una religión de la madre. Sorprende que al sagaz Freud no se le hubiera cruzado por la mente tan obvia idea, pues si hay algo que caracteriza a la iglesia romana es su marianismo. 

En países como Polonia y México, María es la deidad autóctona que hace las veces de lo que eran Ishtar en Babilonia, Shingmoo en China, Indrani en la India, Isis en Egipto, Venus en Roma, Cibeles en Iberia y Afrodita en Grecia. Justo es reconocer que, desde hace varias décadas, el Vaticano realiza esfuerzos para bajarle volumen a esa tendencia anti-ortodoxa que ha convertido a la madre humana del Dios- Hombre en una virtual diosa, a través de veintidós mil advocaciones, pasando por alto la afirmación del Credo de Atanasio, según la cual Jesucristo es “Dios de la sustancia de su Padre, Hombre de la sustancia de su madre; igual al Padre en su divinidad, menor que el Padre en su humanidad”. 

Es de simple sentido común que Dios no puede tener madre, pues, en ese caso, dejaría de ser Dios. La razón por la cual los dioses paganos son falsos dioses, es precisamente, porque son hijos de diosas. Es también verdad de Perogrullo que, si algún ser humano tuviera capacidad para mediar entre Dios y los hombres, no habría sido necesario que Dios mismo se hiciera un ser humano. Jesucristo, en su doble naturaleza divina-humana, es el puente perfecto y único de comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. 
¿Qué papel juega, entonces, la virgen María? En primer lugar, su vientre virginal es utilizado por el Ingeniero Genético para implantar ‘in vitro’ la vida humana de su Hijo, sin la participación del ciclo reproductivo de un varón. Jesucristo en cuanto hombre lo es, precisamente, por ser hijo de una mujer; así como, en cuanto Dios, lo es por ser Hijo de Dios. Su naturaleza humana necesita madre, no así su naturaleza divina que existe desde antes de que existiera su madre humana, pues ella es una de sus criaturas. 

Por otra parte, hay dos dogmas marianos completamente inaceptables: el primero es el de la inmaculada concepción, que eliminaría la expiación universal de Jesucristo, como el ‘tomismo’ lo entendió desde el principio. El Hijo de María murió por todos los seres humanos, incluida su propia madre, quien reconoció expresamente en el ‘Magfnificat’ su necesidad de un Salvador. «Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador». (Lucas 1:47) 

El segundo dogma insostenible es el de la asunción, según el cual, María ascendió al cielo sin que su cuerpo conociera corrupción. Esta creencia parece provenir de una transculturización (¿mestizaje espiritual?) del mito de Venus emergiendo de la espuma del mar; y, en todo caso, contradice lo dicho expresamente por el propio Jesucristo: «Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre». (Juan 3:13) 


Hay un punto a favor del nuevo papa Francisco: siempre que ha mencionado a la virgen María la llama “madre de la iglesia” y “madre de los cristianos”, pero nunca la ha llamado “madre de Dios”. Ese cambio de léxico le baja volumen al marianismo católico.


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