Por: Rev. Darío Silva-Silva. Fundador y presidente de CASA
SOBRE LA ROCA, Iglesia Cristiana Integral.
Hay dos dogmas marianos inaceptables: uno, el de la
inmaculada concepción; el otro, el de la asunción según el cual, María ascendió
al cielo en cuerpo y alma.
¿Quién es Jesús para la virgen María? ¡Qué buena pregunta!
Nuestros hermanos-medios, los católicos, dicen que María es la madre de Dios y,
con esa lógica, tiene todo el derecho de darle órdenes a su ‘nene’ sin que Él
pueda negarse a obedecerlas; o, al menos, ella puede hacerle sugerencias para
la toma de decisiones, darle consejos, orientarlo recomendarle personas o
situaciones; pues, al fin y al cabo, es su mamá.
Los protestantes históricos que aceptaron la definición
“madre de Dios” para la Virgen, lo hicieron pensando en la divinidad de su Hijo
pero, nunca, en la de María misma; obviamente, ella no deja de ser esencial y
exclusivamente una mujer, por el hecho de que su Hijo sea Dios.
La idea de una diosa-madre es netamente pagana y está
condenada en la Biblia, pero fue introducida tardía y subrepticiamente a la
iglesia latina por nuevos creyentes que, a partir del siglo II,
transculturizaron sus antiguas creencias mitológicas con el cristianismo, al
modo como los israelitas, en algunos casos, hicieron un mestizaje espiritual de
la religión mosaica con las creencias cananeas.
Sigmund Freud, en su obra ‘Moisés y la religión monoteísta’,
hace este enunciado dogmático, muy propio de su interpretación edípica de todas
las cosas: “La religión judía era una religión del Padre, la cristiana es una
religión del Hijo”. (¿Alguien podría complementarlo diciendo que el
pentecostalismo es una religión del Espíritu?) Es una broma, claro... El ‘edipismo’ del fundador del
psicoanálisis habría quedado completo si él hubiera añadido que la religión
católica es una religión de la madre. Sorprende que al sagaz Freud no se le
hubiera cruzado por la mente tan obvia idea, pues si hay algo que caracteriza a
la iglesia romana es su marianismo.
En países como Polonia y México, María es la deidad
autóctona que hace las veces de lo que eran Ishtar en Babilonia, Shingmoo en China,
Indrani en la India, Isis en Egipto, Venus en Roma, Cibeles en Iberia y
Afrodita en Grecia. Justo es reconocer que, desde hace varias décadas, el
Vaticano realiza esfuerzos para bajarle volumen a esa tendencia anti-ortodoxa
que ha convertido a la madre humana del Dios- Hombre en una virtual diosa, a
través de veintidós mil advocaciones, pasando por alto la afirmación del Credo
de Atanasio, según la cual Jesucristo es “Dios de la sustancia de su Padre,
Hombre de la sustancia de su madre; igual al Padre en su divinidad, menor que
el Padre en su humanidad”.
Es de simple sentido común que Dios no puede tener madre,
pues, en ese caso, dejaría de ser Dios. La razón por la cual los dioses paganos
son falsos dioses, es precisamente, porque son hijos de diosas. Es también
verdad de Perogrullo que, si algún ser humano tuviera capacidad para mediar
entre Dios y los hombres, no habría sido necesario que Dios mismo se hiciera un
ser humano. Jesucristo, en su doble naturaleza divina-humana, es el puente
perfecto y único de comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con
Dios.
¿Qué papel juega, entonces, la virgen María? En primer
lugar, su vientre virginal es utilizado por el Ingeniero Genético para
implantar ‘in vitro’ la vida humana de su Hijo, sin la participación del ciclo
reproductivo de un varón. Jesucristo en cuanto hombre lo es, precisamente, por
ser hijo de una mujer; así como, en cuanto Dios, lo es por ser Hijo de Dios. Su
naturaleza humana necesita madre, no así su naturaleza divina que existe desde
antes de que existiera su madre humana, pues ella es una de sus
criaturas.
Por otra parte, hay dos dogmas marianos completamente
inaceptables: el primero es el de la inmaculada concepción, que eliminaría la
expiación universal de Jesucristo, como el ‘tomismo’ lo entendió desde el
principio. El Hijo de María murió por todos los seres humanos, incluida su
propia madre, quien reconoció expresamente en el ‘Magfnificat’ su necesidad de
un Salvador. «Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador». (Lucas 1:47)
El segundo dogma insostenible es el de la asunción, según el
cual, María ascendió al cielo sin que su cuerpo conociera corrupción. Esta
creencia parece provenir de una transculturización (¿mestizaje espiritual?) del
mito de Venus emergiendo de la espuma del mar; y, en todo caso, contradice lo
dicho expresamente por el propio Jesucristo: «Nadie ha subido jamás al cielo
sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre». (Juan 3:13)
Hay un punto a favor del nuevo papa Francisco: siempre que
ha mencionado a la virgen María la llama “madre de la iglesia” y “madre de los
cristianos”, pero nunca la ha llamado “madre de Dios”. Ese cambio de léxico le
baja volumen al marianismo católico.
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