PROBLEMAS DEL EVANGELISMO MODERNO
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LA SALVACIÓN
La mayor preocupación de las
iglesias cristianas tradicionales hoy en día es conseguir la mayor cantidad de
seguidores. El afán por lograr así el “crecimiento” de la iglesia ha llevado a
que se ofrezca un evangelio alivianado, sin antecedentes bíblicos; que
persuadan a la gente a la búsqueda de su satisfacción personal y a que poco a
poco se pierdan las enseñanzas originales que están establecidas en los
evangelios, al punto tal, que los fieles seguidores de estas iglesias pueden
leer una y otra vez los mismos versículos y no darse cuenta de su error y
quienes lo hacen generalmente son
censurados o etiquetados como rebeldes.
Uno de los puntos más básicos del
evangelio es la salvación. Aún así, no es raro encontrarse con hermanos e
incluso pastores que llevan años predicando y que no tienen claro este punto y
su enseñanza esta ligeramente torcida.
El evangelio moderno
Hoy en día las iglesias usan
varios anzuelos para atraer gente a sus puertas. Cosas como la música, los
milagros, y promesas vacías de prosperidad, felicidad, consuelo y propósito
hacen parte de éstas estrategias. De esta manera llegan muchas personas a la
iglesia, pero pocos en realidad comprenden a cabalidad el evangelio, es como
diría yo: llegan a Cristo “por las
razones equivocadas”. En realidad no buscan a Dios, solo buscan los
milagros, o el dinero, o la paz que les puede ofrecer la iglesia. Dios gira
alrededor del hombre satisfaciendo sus deseos, pero el hombre no gira en torno
a Dios, éstas estrategias son una base poco firme para los nuevos creyentes y
son los primeros en alejarse al momento de ser probada su Fe (al no recibir lo
que esperan), son la semilla que cayó en los pedregales[1],
se van porque su evangelio no tiene raíz de donde fortalecerse y la única
manera que persistan en los caminos de Dios es que las estrategias que usa la
iglesia sean constantemente renovadas, pero igual sin profundidad de palabra.
Por otro lado, el gozo y la
paz, son frutos legítimos del Espíritu Santo[2],
pero no es el motivo por el que buscamos a Cristo, ¿que pasaría si le
predicamos acerca de la felicidad a una persona que tiene una buena familia, un
buen trabajo producto de su educación, esfuerzo, con buenos amigos y una vida placentera?
Seguramente esta persona pensará que no necesita a Cristo, porque ella ya es
feliz, no necesita alguien que lo haga feliz.
Cuando prediquemos a las demás
personas nuestra Fe, es importante saber cuáles son las razones por las que
deben correr a la gracia que es por medio de la obra redentora de el Señor
Jesús. La gente que no entiende las razones de porque el hijo de Dios tuvo que
ser sacrificado, es gente que menospreciara el evangelio.
En la palabra tenemos 3
testimonios evangelistas. El primero es el de Juan el Bautista, el segundo es
el de el propio Señor Jesús y el tercero es el de la iglesia primitiva, además
de eso, podemos sumar el ministerio de Pablo que entra en muchos detalles
acerca de lo que predicaron los 3 anteriores, pero no vamos a tratar en esta
ocasión. Vamos a tomar algunos versos y mirar que factores comunes encontramos
en éstos 3 testimonios.
Juan el Bautista:
“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto
de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado.”
Mateo 3: 1-2
El Señor Jesús:
“Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando
el evangelio del reino de Dios, diciendo: El
tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y
creed en el evangelio.”
Marcos
1: 14-15
Los apóstoles:
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este
Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros
apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo.”
Hechos de los Apóstoles 2:
36-39
Los 3 evangelistas coinciden en la
predicación del arrepentimiento, este es el verdadero llamado que nos están
haciendo. Ninguno hacen llamado a la prosperidad, ni a la felicidad, y aunque
Cristo hacía milagros, tampoco esta era la base de la predicación. Si nosotros
no entendemos que por la gravedad de nuestro pecado estamos condenados a pasar
la eternidad en el infierno, y ese es el motivo que llevó al Padre a tener que
crucificar a su hijo; que no es nuestra comodidad, ni por promesas de una vida
mejor, si no nuestra rebeldía, orgullo, ignorancia por lo que fue necesaria la
muerte del rey del universo, si no comprendemos esto, vamos a ser como hijos
mal criados, esperando las promesas, los dones, los ministerios y los milagros;
pero nunca vamos a darnos cuenta cual es nuestra verdadera posición delante de
Dios, que por nuestra culpa debemos estar destituidos de la gloria de Dios y
que su mas fiel regalo fue habernos restituido con el Padre para siempre.
¿De
qué he sido salvo?
Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían a su
bautismo, les decía: «¡Generación de víboras!, ¿quién os enseñó a huir de la
ira venidera?...
Mateo 3: 7
¿A
qué se refiere Juan cuando habla de la ira venidera? La advertencia sobre el
santo juicio de Dios en el final de los tiempos es parte importante del mensaje
del reino de los cielos que enseño
Cristo y podremos verlo en varias de sus parábolas como la del trigo y la
cizaña (Mateo 13: 24-30 y 36-43), La red (Mateo 13: 47-50), la fiesta de bodas
(Mateo 22: 1-14) las vírgenes (Mateo 25: 1-13) los talentos (Mateo 25: 14-30)
solo para citar algunas de las muchas parábolas que mencionan el juicio
venidero.
También
podemos citar tan solo uno de varios pasajes que menciona Cristo acerca del
juicio:
“Cuando el hijo del hombre venga
en su gloria,
y todos los santos ángeles con Él, entonces se sentará en su trono de gloria, y
serán reunidas delante de Él todas las naciones y apartará a unos de los otros,
como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su
derecha y los cabritos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los de su
derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para
vosotros desde la fundación del mundo…
…Entonces también dirá a los de la
izquierda: apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles….
… e irán éstos al castigo eterno y
los justos a la vida eterna.”
Mateo 25: 31- 46
Esta
es una clara advertencia sobre el juicio eterno que ocurrirá en la venida del
hijo del hombre, es decir, de nuestro Señor Jesucristo. Todos vamos a
comparecer ante un juicio, y nadie será encontrado inocente ese día por causa
de nuestro pecado, solo quien se arrepiente sinceramente y ha buscado refugio
de la ira venidera en la preciosa sangre de Jesús.
Los
dos deudores
En la palabra tenemos un claro
vestigio de una persona que recibe a Cristo arrepentida y otra que no. Veamos
el ejemplo:
“Uno de los fariseos rogó a Jesús
que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad,
que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo,
trajo un frasco de alabastro con perfume; y
estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus
pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el
perfume. Cuando vio esto el fariseo que le
había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué
clase de mujer es la que le toca, que es pecadora. Entonces
respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una
cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Dí,
Maestro.
Un acreedor tenía dos deudores: el
uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar,
perdonó a ambos. Dí, pues, ¿cuál de ellos le amará más?
Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y
él le dijo: Rectamente has juzgado. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu
casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con
lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde
que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite;
mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por
lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas
aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y
a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. Y
los que estaban juntamente sentados a la mesa, comenzaron a decir entre sí:
¿Quién es éste, que también perdona pecados? Pero
él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vé en paz.
Lucas 7: 36-50
En este pasaje encontramos
dos personajes. Uno es el fariseo (verso 36), que representa la autoridad religiosa
de la época, un hombre que cumplía la ley, seguramente intachable y justo (en
su propia opinión), que daba ofrenda y ayunaba. Y en contraste una mujer
pecadora (v. 37), algunos estudiosos dicen que la expresión se refiere a una
prostituta, un trabajo poco honroso y que nadie desearía tener.
Pero la reacción de
ninguna de estas dos personas no es la que esperaríamos y mucho menos la del
mesías. La mujer empieza a ungir los pies del maestro con perfume y lagrimas, y
a enjugarlos con sus cabellos mientras los besaba (v. 37-38), mientras que el
fariseo ni siquiera cumplió con las normas básicas de cortesía de la época (v.
44-46). Aun así, el fariseo menosprecia
a esta mujer y la considera de alguna manera inferior a él. (v. 39)
En ese momento Jesús
conociendo los pensamientos del fariseo le narra una parábola (v. 40-43) donde
hay dos deudores, uno debe mucho y el otro poco, pero los dos son perdonados,
la pregunta es, ¿cuál de los dos ama más a quien perdono su deuda? La respuesta
es a quien perdono mas obviamente.
La parábola era una imagen
de aquella escena que estaban viviendo en ese momento, el fariseo era el hombre
que debía poco y la mujer era el hombre que debía mucho, y el acreedor que les
perdona a ambos es el Señor Jesús. La deuda no son más que los pecados que han
cometido cada uno, de esta manera la mujer ha sido más pecadora que el fariseo,
por tanto su deuda es mas grande. Y acá vienen las palabras de nuestro Señor:
“Por
lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas
aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.”
Lucas 7: 47 -48
Por eso también dice la escritura:
Al
oír esto Jesús, les dijo: Los
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a
justos, sino a pecadores.
Marcos 2: 17
¿Qué fue lo que motivo a
la mujer pecadora, a traer el perfume, derramar sus lagrimas, besar los pies
del Señor y enjugarlos con sus cabellos?
El arrepentimiento. La multitud de sus pecados la llevaron al arrepentimiento y
esto fue motivo suficiente para postrarse ante Dios, porque ella tenía una gran
deuda delante de Él y el tenía el poder de perdonarla. Eso es lo que pasa
cuando una persona arrepentida se presenta ante Dios: derrama todo su ser, se
aflige de corazón, recibe a Dios con toda la reverencia que se merece, no
escatima en el precio, se humilla ante Él, se postra.
Por otro lado esto es lo
que tenemos cuando una persona “invita” a Dios sin arrepentimiento: lo recibe
como si nada, no le ofrece agua para sus pies, ni le da beso para saludar, para
él es una persona más.
Por último, el evangelio no es
excluyente de personas. No es necesario llevar una vida de pecador para amar
mucho al Señor, no hay que estar en las drogas, ni ser asesino, ni violador;
acá la cuestión no es ser pecador, es reconocerlo. El problema del fariseo no
era ser pecador, era que no lo reconocía; seguramente él pensaba que ayunar y
dar ofrenda era suficiente para ser parte del reino de Dios y que había
guardado suficiente la ley como para no ir al infierno y que tal vez su deuda
con Dios no era tan grande como la de la mujer. El problema no es ser justo, el
problema es creerse justo, cuando sabemos que la palabra de Dios es clara:
“Como está escrito: No hay
justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a
Dios.”
Romanos
3: 10-11
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de
Dios…”
Romanos 3: 23
La razón más importante
por la cual acudimos a la gracias de Cristo, es porque sencillamente estamos
imposibilitados para acceder al reino de los cielos por el pecado, estamos
destituidos de la gloria de Dios y somos hechos enemigos de él. Nadie puede
cumplir la ley toda su vida, nadie puede considerarse justo delante de Dios,
puede jactarse de su moral delante de los hombres y presumir ante sus amigos,
pero nadie será llamado justo delante de Dios en el día del juicio; por eso
quien se presente ante Dios debe hacerlo mediante la sangre de Cristo.
¿De que sirve tener una
vida prospera, ser el hombre más sabio, más fuerte, más guapo, ser sanado de
todas tus enfermedades si no te has reconciliado con Dios? Puedes obtener un
milagro de Dios, pero no la vida eterna; como en el caso de los 10 leprosos,
los 10 fueron sanados, pero solo uno fue salvo[3].
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