martes, 9 de julio de 2013

¿Tiene Dios una madre?

Por: Rev. Darío Silva-Silva. Fundador y presidente de CASA SOBRE LA ROCA, Iglesia Cristiana Integral. 

Hay dos dogmas marianos inaceptables: uno, el de la inmaculada concepción; el otro, el de la asunción según el cual, María ascendió al cielo en cuerpo y alma. 

¿Quién es Jesús para la virgen María? ¡Qué buena pregunta! Nuestros hermanos-medios, los católicos, dicen que María es la madre de Dios y, con esa lógica, tiene todo el derecho de darle órdenes a su ‘nene’ sin que Él pueda negarse a obedecerlas; o, al menos, ella puede hacerle sugerencias para la toma de decisiones, darle consejos, orientarlo  recomendarle personas o situaciones; pues, al fin y al cabo, es su mamá. 

Los protestantes históricos que aceptaron la definición “madre de Dios” para la Virgen, lo hicieron pensando en la divinidad de su Hijo pero, nunca, en la de María misma; obviamente, ella no deja de ser esencial y exclusivamente una mujer, por el hecho de que su Hijo sea Dios. 
La idea de una diosa-madre es netamente pagana y está condenada en la Biblia, pero fue introducida tardía y subrepticiamente a la iglesia latina por nuevos creyentes que, a partir del siglo II, transculturizaron sus antiguas creencias mitológicas con el cristianismo, al modo como los israelitas, en algunos casos, hicieron un mestizaje espiritual de la religión mosaica con las creencias cananeas.

Sigmund Freud, en su obra ‘Moisés y la religión monoteísta’, hace este enunciado dogmático, muy propio de su interpretación edípica de todas las cosas: “La religión judía era una religión del Padre, la cristiana es una religión del Hijo”. (¿Alguien podría complementarlo diciendo que el pentecostalismo es una religión del Espíritu?) Es una broma, claro... El ‘edipismo’ del fundador del psicoanálisis habría quedado completo si él hubiera añadido que la religión católica es una religión de la madre. Sorprende que al sagaz Freud no se le hubiera cruzado por la mente tan obvia idea, pues si hay algo que caracteriza a la iglesia romana es su marianismo. 

En países como Polonia y México, María es la deidad autóctona que hace las veces de lo que eran Ishtar en Babilonia, Shingmoo en China, Indrani en la India, Isis en Egipto, Venus en Roma, Cibeles en Iberia y Afrodita en Grecia. Justo es reconocer que, desde hace varias décadas, el Vaticano realiza esfuerzos para bajarle volumen a esa tendencia anti-ortodoxa que ha convertido a la madre humana del Dios- Hombre en una virtual diosa, a través de veintidós mil advocaciones, pasando por alto la afirmación del Credo de Atanasio, según la cual Jesucristo es “Dios de la sustancia de su Padre, Hombre de la sustancia de su madre; igual al Padre en su divinidad, menor que el Padre en su humanidad”. 

Es de simple sentido común que Dios no puede tener madre, pues, en ese caso, dejaría de ser Dios. La razón por la cual los dioses paganos son falsos dioses, es precisamente, porque son hijos de diosas. Es también verdad de Perogrullo que, si algún ser humano tuviera capacidad para mediar entre Dios y los hombres, no habría sido necesario que Dios mismo se hiciera un ser humano. Jesucristo, en su doble naturaleza divina-humana, es el puente perfecto y único de comunicación de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. 
¿Qué papel juega, entonces, la virgen María? En primer lugar, su vientre virginal es utilizado por el Ingeniero Genético para implantar ‘in vitro’ la vida humana de su Hijo, sin la participación del ciclo reproductivo de un varón. Jesucristo en cuanto hombre lo es, precisamente, por ser hijo de una mujer; así como, en cuanto Dios, lo es por ser Hijo de Dios. Su naturaleza humana necesita madre, no así su naturaleza divina que existe desde antes de que existiera su madre humana, pues ella es una de sus criaturas. 

Por otra parte, hay dos dogmas marianos completamente inaceptables: el primero es el de la inmaculada concepción, que eliminaría la expiación universal de Jesucristo, como el ‘tomismo’ lo entendió desde el principio. El Hijo de María murió por todos los seres humanos, incluida su propia madre, quien reconoció expresamente en el ‘Magfnificat’ su necesidad de un Salvador. «Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador». (Lucas 1:47) 

El segundo dogma insostenible es el de la asunción, según el cual, María ascendió al cielo sin que su cuerpo conociera corrupción. Esta creencia parece provenir de una transculturización (¿mestizaje espiritual?) del mito de Venus emergiendo de la espuma del mar; y, en todo caso, contradice lo dicho expresamente por el propio Jesucristo: «Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre». (Juan 3:13) 


Hay un punto a favor del nuevo papa Francisco: siempre que ha mencionado a la virgen María la llama “madre de la iglesia” y “madre de los cristianos”, pero nunca la ha llamado “madre de Dios”. Ese cambio de léxico le baja volumen al marianismo católico.


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